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EFEMERIDES HISTORICAS ARGENTINAS

3 de febrero de 1852 – Batalla de Caseros

El 21 de noviembre de 1851 se firmó en Montevideo el tratado de alianza entre el imperio del Brasil, Entre Ríos (con Corrientes como agregada) y el Estado Oriental, para llevar la guerra contra la Confederación, bajo la máscara de una cruzada contra el “dictador argentino”.

Conviene recordar las cláusulas de este tratado, cuya mención suele omitirse por explicables escrúpulos.

Después de fundar su acuerdo en declaraciones y los preparativos bélicos del gobernador de Buenos Aires, los firmantes declaraban solemnemente no llevar la guerra a la Confederación sino a su gobierno y convenían luego la forma de la colaboración. La iniciativa de la guerra se atribuía a los estados de Entre Ríos y Corrientes, reservándose el Brasil y la Banda Oriental el papel de “meros auxiliares”. Además del aporte militar, ya mencionado, el Brasil se comprometía a financiar la campaña, mediante la entrega de cien mil patacones mensuales, al seis por ciento de interés, durante el término de cuatro meses, más todo el material de guerra que le fuese solicitado y que se consideraría como empréstito adicional. Urquiza debía hacer reconocer esa deuda, en efectivo y armamentos, por el gobierno futuro de la Confederación; mientras tanto, ella quedaba a cargo de Entre Ríos y Corrientes, las cuales daban “desde ya” en hipoteca, como garantía de su pago, todas sus rentas y territorios de propiedad fiscal. Por el artículo VIII se establecía que el Ejército Imperial permanecería (sin fijar término) ocupando la Banda Oriental, para responder a cualquier requisición de Urquiza; pero se agregaba expresamente que podría trasladarse al teatro de la guerra por su propia decisión, aunque dicha requisición no se produjese: es decir, que se le dejaba la puerta abierta. Por el artículo IV se ratificaba el compromiso de conceder la libre navegación de los ríos y por el XX volvía a reconocerse la independencia del Paraguay. Se trataba, como se ve, de un convenio leonino, con todas la ventajas para el empresario.

A cambio de la ayuda extranjera para su empresa interna, Urquiza renunciaba a derechos inherentes a nuestra soberanía y precipitaba la desintegración de la patria. Brasil ganaba el territorio paraguayo librado a su influjo, la ocupación sine die del Uruguay, el libre acceso por nuestra vías fluviales a su provincia del Mato Grosso y un derecho real de hipoteca como acreedor privilegiado sobre todos los recursos de dos provincias argentinas. Mucho más, por cierto, y con un riesgo mínimo, de lo que hubiese podido esperar de una guerra victoriosa.

Ese tratado debía permanecer, por supuesto, secreto (art. XXI), para evitar la oleada de indignación que habría provocado su publicación anticipada, poniendo en peligro el éxito de los confabulados.

Urquiza inició enseguida sus operaciones. Después de concentrar sus fuerzas en Gualeguaychú, se movió hacia el Paraná y lo cruzó, sin encontrar la resistencia que esperaba por el lado de Santa Fé. El gobernador de esta provincia, general Echagüe, en efecto, al no recibir los refuerzos que había solicitado, resolvió batirse en retirada para unirse al grueso del ejército de Rosas. Casi sin obstáculos, Urquiza pudo proseguir su marcha sobre Buenos Aires y llegar al Arroyo del Medio a mediados de enero. En San Lorenzo le había desertado en masa, matando a su jefe, la división de Aquino, fuerte de 600 hombres, para pasarse al ejército de Rosas.

Salvo una escaramuza, en los campos de Alvarez, con un destacamento de las fuerzas del coronel Lagos, jefe del departamento del norte, el ejército aliado pudo conseguir sin inconvenientes su camino sobre la capital. Se había impuesto, en los consejos de guerra de Rosas, la táctica de concentrar todas las fuerzas en el campamento de Santos Lugares para resolver la contienda con una batalla decisiva.

Con todo ello, no se había presentado en el campamento de Urquiza ni un solo hombre de Buenos Aires, mientras que de aquél desertaban continuamente muchos para incorporarse al del Restaurador. Las “Memorias” del general César Díaz –jefe de la división oriental del ejército aliado- nos dan un preciso testimonio del estado de poblaciones. Parece que el mismo Urquiza se impresionó por la frialdad con que lo recibieron en Pergamino y en Luján y manifestó dudas sobre la legitimidad y la oportunidad de la empresa en que se había lanzado, aunque tratando de cohonestarla con el pretexto de la “organización nacional”. La popularidad de Rosas –afirma el autor- “era tan grande o tal vez mayor de lo que había sido diez años antes”. Todavía en la víspera de la batalla –el 1º de febrero- 400 hombres más abandonaron el ejército aliado para plegarse al de Santos Lugares.

Hay un problema de Caseros que sigue sin solución y es el referente a las relaciones de Rosas con el general Pacheco, que por su prestigio militar y su cargo en el comando de Santos Lugares, era el jefe indicado para organizar la batalla decisiva. No obstante ello, renunció en las vísperas, fundándose en el hecho de haber asumido Rosas personalmente la dirección de la campaña.

¿Desconfió Rosas de Pacheco? ¿Hubo motivos para tal desconfianza? Parece seguro que aquél desaprobó una maniobra de su subordinado, al abandonar la defensa de Puente Márquez, en lugar de hacerse fuerte allí; y es posible que, en las circunstancias en que se encontraba, haya atribuido esa retirada a un súbito enfriamiento de la fe o a un debilitamiento de la voluntad. Se explica así su decisión de asumir personalmente el comando. Como también se explica la reacción de Pacheco, que fue natural en un hombre de honor al sentirse sospechado: tanto más valiosa cuanto que arrostraba con ella el disgusto del Restaurador, en momentos decisivos fue, con todo, una más en el cúmulo de circunstancias desgraciadas que decidieran la caída de Rosas y el fin de la Confederación.

¿Habría sido otro el resultado de la batalla, de haber comandado Pacheco las fuerzas argentinas? Sólo Dios lo sabe.

A fines de enero, las tropas aliadas se encontraban ya a la vista de Buenos Aires, defendida por su ejército veterano. Rosas convocó a un junta de guerra en la noche del 2 de febrero, a la que concurrieron el general Pinedo y los coroneles Chilavert, Díaz, Lagos, Costa, Sosa, Bustos, Hernández, Cortina y Maza. Se decidió dar la batalla al día siguiente.

El ejército de Urquiza estaba constituido por los contingentes del litoral, al que se había sumado la flaca pero activa legión de los emigrados; por la división oriental, en la que pululaban los extranjeros, y por la brasileña, animada del odio atávico y ansiosa de lavar la humillación de Itugainzó. En la función de boletinero del ejército y vestido con un raro uniforme de coronel francés, venía el ya celebre polemista don Domingo Faustino Sarmiento. En la artillería, un joven coronel que hacía versos malos y se llamaba Bartolomé Mitre. Ambos futuros presidentes de la República habían allegado a Gualeguaychú en un barco de guerra brasileño y habían sido presentados y recomendados por el comandante brasileño al general Urquiza. Las fuerzas aliadas alcanzaban a 24.000 hombres.

El ejército de la Confederación, animado por la voluntad de defender una vez más el honor y la integridad de la patria contra la agresión extranjera y sus cómplices, alcanzaba a 22.000 hombres -12.000 de caballería y el resto infantería— pero muchos eran bisoños, sin ninguna experiencia de guerra. Sus 60 cañones viejos casi no tenían munición.

El choque se produjo el 3 de febrero en las inmediaciones del Palomar de Caseros. La batalla comenzó a las nueve de la mañana y terminó al comenzar la tarde. Rosas, herido en una mano de un balazo, se alejó acompañado de un auxiliar. Bajó un ombú situado en Hueco de los Sauces (actual Plaza Garay) redactó su renuncia que encomendó a su ayudante, quien inmediatamente la hizo llegar a la Junta de Representantes. Luego, cubierto por un poncho, durmió —llevaba tres noches en vela— una hora. A las cuatro de la tarde llega a la embajada inglesa; esa misma noche, con el auxilio de Manuelita, el embajador inglés Gore lo convence de la necesidad de refugiarse en el buque de guerra Centaur, anclado en la rada. Rosas lo hace finalmente y junto con algunos miembros de su gobierno navega, días después, hacia el exilio en la nación que él mismo, años atrás, obligara a agachar su altivez imperial ante la denodada defensa de la soberanía argentina.

El 20 de febrero las tropas vencedoras de Urquiza, Caxias y Márquez de Souza entraron en Buenos Aires y desfilaron por sus calles.

Fuente:
- Historia de la Argentina 1515/1938, por Ernesto Palacio.
- Nuestra Historia Argentina - Tomo 3. Pág. 96 - Editorial Oriente S.A. - Buenos Aires (1981)

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3 de febrero de 1856 – Fallecimiento de Geronimo Costa

Hijo de D. Gerónimo Costa y de doña Sabina Villagra, nace en Buenos Aires en 1808 o 1809. Con el grado de teniente, a las órdenes del coronel Olazábal combatió en la guerra con el Brasil, regresando a Buenos Aires con el grado de capitán. Por ser opositor a Lavalle, triunfante la sublevación unitaria, fue dado de baja en el ejército en diciembre de 1828. Nuevamente siguió a Olazábal que servía a Rosas. En 1831 combatió contra el General José María Paz, Jefe de la Liga Unitaria.

En 1833 acompañó a Rosas en la campaña del desierto. En 1835 Rosas lo nombró comandante de Martín García. En ese cargo lo halló la guerra con Francia y con Fructuoso Rivera aliado a los europeos. El 11 de octubre de 1838 después que Costa rechazó la orden de entregarla, el capitán de corbeta Hipólito Daguenet y su aliado oriental, atacaron y se adueñaron de la isla. Reconociendo el valor de Costa para defenderla, Daguenet reintegró las espadas a sus prisioneros, Costa y oficiales que lo acompañaban. El jefe francés en una nota enviada a Rosas el 14 de octubre de 1838, a bordo de la nave que lo condujo hasta Buenos Aires expreso su admiración por “…los talentos militares del bravo coronel Costa”, y por lo que calificaba de “increíble actividad…”.

Después Costa prestó servicio en el Fuerte Independencia de la Ensenada y en el ejército Federal que realizó la campaña contra Lavalle. Combatió en Cagancha, Don Cristóbal y Sauce Grande, y más tarde, en Quebracho Herrado, a las órdenes de Oribe. Finalizando la campaña contra la coalición del Norte, tomó parte de la batalla de Romeo del Medio.

En 1842 intervino en Arroyo Grande y desde 1843 hasta 1851 actuó en el ejército sitiador de Montevideo. Cuando en octubre de 1851 se negoció la capitulación de Oribe ante Urquiza y sus aliados, Costa se negó a aceptarla, embarcándose para Buenos Aires el 7 de ese mes y año, ciudad en la que se presentó a Rosas.

Integrado a las fuerzas de Angel Pacheco, luchó en Caseros. Tras la derrota abordó el mismo barco en el que viajaron Rosas, su hija Manuelita y el general Pascual Changüe. Regresó a Buenos Aires en agosto de 1852, apoyando al federal Urquiza. El 31 de mayo de 1853, el Director provisional le extendió los despachos de coronel mayor, grado que poseía cuando el 3 de febrero de 1856 conjuntamente con Ramón Bustos por orden del gobernador Obligado, fueron fusilados por quién los tomó prisionero el coronel Esteban García alias el Gato.

Fue Jefe del Regimiento Patricios desde 1835 hasta 1843.

Sus restos pudieron recibir sepultura piadosa en el “Segundo Cementerio de Flores”, gracias a la directa actuación de Mercedes Rosas de Rivera, hermana de D. Juan Manuel de Rosas. Pasados 22 años, el 24 de febrero de 1877, los restos de Costa y de Bustos compañeros de causa, fueron trasladados al entonces cementerio “del Norte”, actual Recoleta por Lucio V. Mansilla.

 

Oscar J. Planell Zanonem - Oscar A. Turone
Agrupación Patricios Reservistas

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