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NUESTRAS TRADICIONES
JUEGOS

 

 

EL PATO (1780)

MARIANO A. PELLIZA

 

Reuníanse en una pulpería tres o cuatrocientos criollos y a veces muchos más, todos en buenos caballos, bien aperados y luciendo sus mejores prendas. Los más conceptuados por su valor en las peleas a cuchillo, los más forzudos en los trabajos de campo, los que ostentaban mejores corceles y más relucientes chapeados formaban el centro de aquella reunión y decidían pedir el pato al pulpero. El pato, un verdadero pato casero y a falta de este palmípedo, un gallináceo cualquiera metido muerto dentro de un saco de piel cerrado por cuatro manijas corredizas, constituía el objeto sobre que se iba a probar la fuerza de los jugadores. Bien montados, firmes en los estribos, agrupaban las ancas de los cuatro caballos y cada uno de los jinetes agarraba con la diestra una de las manijas tomando las riendas en alto con la mano izquierda, para no apoyarla en el apero. De este modo, toda la resistencia estaba en los estribos. Cada uno de los justadores tiraba en su dirección con todas sus fuerzas, picando los caballos con las espuelas o animándolos con la palabra. Aquellos brazos se estiraban..., los jinetes se enardecían y cuando ya parecía que los tendones iban a estallar o a salirse el hombre del caballo, una mano se abría y soltaba la presa, luego una segunda y después de un nuevo esfuerzo el tercer brazo caía también y el pato quedaba en poder del vencedor. Un ¡viva! estruendoso lo saludaba, pero esto no era sino el principio de la victoria. Arrebatado el trofeo, cerraba las espuelas al caballo y llevándose todo por delante, se lanzaba a la carrera hacia el rancho más próximo, si no se dirigía hacia otra pulpería lejana. Detrás del vencedor volaban todos los demás gauchos allí reunidos para arrebatarle de la mano el pato. Si algún jinete alcanzaba a tomar el saco de una de sus manijas, que debían ir flotantes, tenía que luchar a la carrera y defenderlo contra éste y contra todos los que le seguían dando alaridos salvajes... Si el vencedor llegaba a la casa elegida por meta, sin perder el pato, lo arrojaba al patio y ya se declaraba victorioso... La familia del rancho o la pulpería donde se arrojaba el saco, tenía el deber de quitar el ave muerta y poner otra en su lugar. Cerrando nuevamente el saco, recomenzaba el juego por los nuevos jugadores que procedían como los anteriores, siguiendo la corrida hasta que la noche envolvía en sus sombras la gigantesca y estrepitosa cabalgata... Desgraciados, empero, los caminantes, los rebaños de ovejas y todo lo que se presentaba delante de la feroz batida; todo rodaba a los pies de los caballos y los jinetes mismos quedaban muchas veces tendidos en medio de la rastrillada por donde había cruzado el pato con la violencia del huracán.

 

CORRIDA DE PATO (1789)

ESPINOSA (En: Alejandro Malaspina)

 

La corrida del pato merece una particular descripción. Se junta una cuadrilla de estos guasos, en que todos son jinetes más de lo creíble. Uno de ellos, teniendo un cuero con muchas argollas y el brazo levantado, parte como un rayo, llevando ciento cincuenta varas de ventaja, y, a una señal, todos corren a mata caballo, formando grita como los moros, persiguiendo al del pato, en pugna por quitarle la presa. Son diestrísimas las evoluciones que éste hace para que no lo logren, ya siguiendo una carrera recta, ya volviendo a la izquierda, a la derecha, ya rompiendo por medio de los que le siguen, hasta que alguno, más diestro o más feliz, lo despoja del pato, para lo cual no es permitido que le cojan el brazo.

En este feliz momento todos lo vitorean y lo llevan entre los aplausos, alaridos y zambra, al rancho suyo, al que frecuenta, o bien al de la dama que pretenden. Reinan todavía entre estas gentes muchos restos de la antigua gallardía española. Nuestro venturoso jinete presenta a su dama la presa: ella lo convida a tomar mate, y suele, a veces, premiar el valor con los mayores favores.

Los sucesos de la corrida de pato dan materia para mucha conversación: puestos en cuclillas —postura que guardan horas enteras— cuentan con más viveza que acostumbran los diversos lances de la fiesta.

 

EL PATO (1885)

JOSÉ M. SALVAIRE

 

Desde tiempos remotos introdujese y fomentóse entre la grande concurrencia de paisanos que se reunían en las barracas, el célebre juego denominado del pato, que tuvo entonces el imán de apasionar a los campesinos... El juego del pato consistía en abrochar un cuero vacuno por todos los costados para dentro de él poner un pato u otra ave cualquiera doméstica. Encerrábase no pocas veces en dicho cuero alhajas y sortijas de todo género que habían de ser premio del partido vencedor. La pelota de cuero tenía tres manijas: una a cada lado y la tercera para atrás. Formábanse dos bandos de jinetes que iban a disputarse el triunfo. De ordinario, componían el primer bando los vecinos de Luján; el secundo lo componían los paisanos de otro partido, como, por ejemplo, del Pilar. Había un punto determinado de partida que por lo común en los días de la Virgen eran las barracas, y otro punto de llegada que era, por lo general, una estancia situada en el deslinde de ambos partidos contendientes, donde esperaba a todo el paisanaje una gran comilona de carne con cuero, pavos rellenos, carbonadas, sabrosos pasteles, ricas mazamorras, postres y vinos abundantes, y cuyo costo quedaba a cargo de los individuos del bando vencido. Principiando el juego, un individuo de un partido tomaba una de las expresadas manijas y otro individuo del otro partido tomaba la segunda manija, y en esta forma se echaban a correr seguidos de todo el concurso de los paisanos, entre una gritería y algazara indescriptible. Mientras al correr de los caballos hacían entre ambos esfuerzos inauditos para quitarse mutuamente la presa, todos los individuos de uno u otro bando se precipitaban para asirse de la tercer manija con el objeto de traer al manijero de su partido una poderosa ayuda, pero entretanto todos los concurrentes de cualquier bando indistintamente no cesaban de hostigar a sus adversarios para lograr fatigarlos, no perdonando a menudo ni siquiera los golpes, para que el adversario soltase la manija, hasta que rendido de fatiga y a veces de golpes, caía al suelo uno de los tres, entre las patas de los animales, que lo estropeaban y muchas veces causaban su muerte. Aquellos que quedaban dueños del pato echaban a correr con la mayor velocidad para conseguir que no pudiese alcanzar la manija soltada alguno de los adversarios. Si conseguían su intento ellos y los de su partido, al llegar al punto determinado eran proclamados vencedores, pero si alguno del bando opuesto conseguía echar mano de la manija soltada volvía a empezar nuevamente la lucha que acabamos de narrar, y que solía terminar trágicamente cual la primera.

 

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